Las olas de indignación son muy eficientes para movilizar y aglutinar la atención. Pero, en virtud de su carácter fluido y de su volatilidad, no son apropiadas para configurar el discurso público, el espacio público. Para esto son demasiado incontrolables, incalculables, inestables, efímeras y amorfas. Crecen súbitamente y se dispersan con la misma rapidez.