In the twentieth century nothing can better cure the anthropocentrism that is the author of all our ills than to cast ourselves into the physics of the infinitely large (or the infinitely small). By reading any text of popular science we quickly regain the sense of the absurd, but this time it is a sentiment that can be held in our hands, born of tangible, demonstrable, almost consoling things. We no longer believe because it is absurd: it is absurd because we must believe.
Por la mañana, obstinados todavía en la duermevela que el chirrido horripilante del despertador no alcanzaba a cambiarles por la filosa vigilia, se contaban fielmente los sueños de la noche. Cabeza contra cabeza, acariciándose, confundiendo las piernas y las manos, se esforzaban por traducir con palabras del mundo de fuera todo lo que habían vivido en las horas de tiniebla