La verdad, es que en el fondo soy un fatalista. Si a uno le llega la hora, da lo mismo un Boeing que la puntual maceta que se derrumba sobre uno desde un séptimo piso
De pronto tuve conciencia de que ese momento, de que esa rebanada de cotidianidad, era el grado máximo de bienestar, era la Dicha. Nunca habĂa sido tan plenamente feliz como en ese momento, pero tenĂa la hiriente sensaciĂłn de que nunca más volverĂa a serlo, por lo menos en ese grado, con esa intensidad