Fui hacia la terraza y retiré lo poco que quedaba sobre la mesa. Cuando volví a entrar, ella me miraba mucho más seria. —¿Qué pasa? —¿Y si el amor no tiene que ser como creemos? ¿Y si estamos permitiendo que el mundo coarte lo que podemos sentir?
—Yo también siento haber perdido el control. No quiero organizar tu vida. Quiero que te hagas feliz. Eso me gustó. «Quiero que te hagas feliz» no era una promesa Disney de príncipes de cuento que velan por la felicidad de sus princesas. No era nada irreal. Era undeseo de carne y hueso, que me abrazaba con fuerza, que se preocupaba, viendo cómo yo me tambaleaba en una cuerda floja, entre hacer las cosas que quería y el miedo a no conseguirlas jamás