—Vamos, B. Te llevo a casa. —¿Y los demás? ÂżLucĂa se ha ido sin mĂ? —¿Tienes miedo de volver a montar conmigo? —se burlĂł Ă©l, y me dio la sensaciĂłn de que habĂa escogido las palabras de forma deliberada—. En moto, quiero decir. «No muerdas el anzuelo», me dije, consciente de que me estaba desafiando. —Creo que cogerĂ© un taxi. EnarcĂł las cejas, divertido por mi indecisiĂłn, y se cruzĂł de brazos a la vez que esbozaba una sonrisa de suficiencia. —Prometo no ir demasiado deprisa para ti —asegurĂł, y de nuevo no supe dilucidar si solo hablaba de la velocidad suicida a la que conducĂa o estaba adquiriendo otro tipo de compromiso.
Al margen del parĂ©ntesis en el pulso constante que mantenĂamos desde que nos habĂamos conocido, yo creĂa seguir teniendo claro lo que me convenĂa. Hubiera firmado en ese mismo instante por una aventura de una noche con algĂşn tipo guapo y amable, algo que devolviera mi corazĂłn a la vida, que me mostrara que los para siempre no existen pero los aquĂ y ahora no están tan mal. Porque seguir esperando el amor perfecto me resultaba pueril y ya habĂa descubierto que la ingenuidad solo se traduce en dolor y heridas que nunca terminan de cicatrizar.
Aunque negaré haber dicho esta cursilada, Ari es y será siempre tu mejor momento.